EL DESAMOR DE LÓPEZ


Cuando López tomó conciencia de su estado los ojos le estallaban. Había corrido mucho tras el tranvía y los músculos le temblaban al contacto con el pavimento. Sentía el cogote lleno de sangre y las muelas secas, pero no paraba, por el miedo de perder a su dueño. 



¿Qué hará sin mí? Bajará pronto del tranvía y morirá de pena de no hallarme. 
Llegaré a tiempo y moveré la cola, le buscaré con el hocico la mano. 
Cómo le gusta palmearme la cabeza…. 


Pero el tranvía se alejaba y López sentía una debilidad desgarradora en las patas. Cuando lo perdió de vista, se le erizaron los pelos del lomo: ahora debía seguir corriendo a ciegas. 

López continuó andando cuatro días, perdido entre los coches, el paso lento y las costillas flojas. Tenía una pata herida, pero todavía le quedaban tres. 



Usaré dos patas, pensaba, para sentarme 
y me quedará una para rasgarle el pantalón. 
Me dará agua, me dará de beber y sonreirá. 


López pensaba 
Cuando me vea, me dará agua, me dará de beber agua. 

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