FUNERAL A CIELO ABIERTO


Raúl Padre abandona Montería, lento paso del Caribe colombiano hacia la cordillera, lleva un hijo muerto en las espaldas. Se detiene en las narices mismas del gobierno: “Del cementerio me han corrido a mi hijo, me lo han sacado a la calle y no tengo donde ponerlo” grita, y las lágrimas le van enfureciendo. 



La plaza Bolivar, centro político e histórico de la ciudad de Bogotá, es testigo del lento funeral. Don Raúl Padre, hijo muerto a cuestas, insiste “Con mi hijo han matado a mi nieta y a mi nuera” La niña tenía 30 días cuando fue asesinada por militares anónimos.




A Raúl Hijo, soldado colombiano, lo había matado el ejército por negarse a fusilar 
a dos campesinos desarmados. Los dos campesinos no muertos, o sí, nadie lo sabe, 
estaban destinados a formar parte de la larga lista de los más de cinco mil acribillados en Colombia, 
conocidos como Falsos Positivos.


 Los Falsos Positivos son  muchachos pobres reclutados los caseríos miserables, 
llevados a la selva, y ejecutados sin más por los militares. 
Por cada guerrillero muerto (o falso guerrillero, es lo mismo) el Estado colombiano 
paga al soldado ejecutor una suma de dinero 
que no alcanza para ahogar en chicha la conciencia. 


Raúl Hijo, soldado, lo habrá intuido al momento de negarse, 
y es por eso que se dejó matar, hundiendo al padre en la miseria más salvaje,
 sin poder pagar su tumba.


Y es así que, por falta de tumba y de fortuna, se lleva a cabo el velorio, de cuerpo presente y a cajón abierto, y no hay Dios ni Patria ni Occidente que contenga el río de llanto de Colombia ante tanta muerte desgraciada.



HIJOS

No he tenido hijos, es una sentencia.
Amo a los hijos que no tuve de una manera desmedida.
No los voy a tener.

Voy a morir en esta tierra sin heredar la maldición de lo que no hice: 
Los hijos son los presos de lo que no hicimos.

LA SOLEDAD



Y una piensa como piensan los ciegos
 "Si yo tuviera vista, no cerraría jamás los ojos".

EL DESAMOR DE LÓPEZ


Cuando López tomó conciencia de su estado los ojos le estallaban. Había corrido mucho tras el tranvía y los músculos le temblaban al contacto con el pavimento. Sentía el cogote lleno de sangre y las muelas secas, pero no paraba, por el miedo de perder a su dueño. 



¿Qué hará sin mí? Bajará pronto del tranvía y morirá de pena de no hallarme. 
Llegaré a tiempo y moveré la cola, le buscaré con el hocico la mano. 
Cómo le gusta palmearme la cabeza…. 


Pero el tranvía se alejaba y López sentía una debilidad desgarradora en las patas. Cuando lo perdió de vista, se le erizaron los pelos del lomo: ahora debía seguir corriendo a ciegas. 

López continuó andando cuatro días, perdido entre los coches, el paso lento y las costillas flojas. Tenía una pata herida, pero todavía le quedaban tres. 



Usaré dos patas, pensaba, para sentarme 
y me quedará una para rasgarle el pantalón. 
Me dará agua, me dará de beber y sonreirá. 


López pensaba 
Cuando me vea, me dará agua, me dará de beber agua. 

HABLEMOS CON FRASES HECHAS


-          Por eso yo siempre digo que las crisis son en realidad oportunidades


-          Es verdad, lo que no te mata te hace más fuerte. Alguien dijo por ahí que nada se pierde, todo se transforma.


-          Exacto, el amor es una tarea de a dos. Tenemos mucho en común: los dos somos inconformistas, rebeldes y, sobre todo, nos indigna la injusticia.  


-          Es verdad, yo tampoco puedo ver un niño pidiendo en la calle. No les doy monedas porque se las dan a los padres para comprar vino.


-          Lo que pasa es que en esta sociedad el problema es la falta de educación.


-          Totalmente. El argentino se cree muy pícaro, pero en el resto del mundo nos miran como una sociedad corrupta.


-          Porque no entendemos que la corrupción se origina en casa, en la educación que nos dan nuestros padres. Por eso tenemos los políticos que tenemos, son todos corruptos y sólo les interesa su beneficio personal. Ese es el problema de la Argentina.


-          Porque no vivimos la guerra, por eso no valoramos lo que tenemos.


-          Sos una chica muy inteligente para ser mujer.


-          Gracias, siempre pensé que yo era distinta, pero después me di cuenta que el problema es que soy demasiado pensante.


-          Demasiado especial, diría yo.


-          Quizás te aburra con mi filosofía.


-          Para nada, estoy cansado de esas chicas huecas, que sólo les interesa el qué dirán.


-          Yo digo lo que pienso. No me interesa lo que piensen los demás, hago lo que me dice el corazón.


-          Yo también. Si algún defecto tengo es que soy demasiado sincero.


-          Podremos ser soñadores, pero no somos los únicos.


-          Nunca escuché a una mujer hablar como vos.


-          Y yo nunca conocí a alguien que entienda mi locura.


-          ¿No te parece que es hora de conocernos mejor?


-          No sé, he salido lastimada demasiadas veces


-          Yo también, pero qué importa, debemos hacer lo que nos dice el corazón.


Y así se forman parejas y en el mundo la gente pelotuda se va reproduciendo hasta el infinito.





METAMORFOSTRUO


Cuando te conocí me latía en la sien derecha una gota de sangre, una pantera viva en un diamante. Quién hubiera dicho, más tarde, que serías flor de pelotudo.


Cuando te conocí pasé por alto detalles, como esa oruga espantosa que germinaba de lo que pensabas, como que tu voz venía de las tumbas, como que iba a morir en la pieza del fondo de la casa de tu vieja, en ojotas, con tres perros y tres críos.


Yo tampoco era intensa, era exagerada. A mi tampoco me florecieron paces, fui un quilombo.


Por eso el tiempo es agua y nada existe de verdad.



TRAGISALSA

Si esa noche me hubieran otorgado el préstamo que necesitaba, no hubiera terminado en la plaza Independencia, apretando la mano de mi sobrina que era muy chiquita para entender la vergüenza que su tía lloraba.


Si no hubiera ido a parar a la plaza esa noche habría estado pagando mis deudas, y los pies no me hubieran llevado a aceptar la invitación de un muchacho egipcio a tomar vino con el estómago vacío.


Si el vino no hubiera sido tan bueno y el muchacho no hubiera sido tan fuerte y hubiera hablado mi idioma, un tema de conversación hubiera llevado al otro y hubiera sido una deliciosa borrachera de viejos amigos.


Pero oriente y occidente siempre dieron vueltas para comprenderse, por eso siempre se han amado, y además sonaba el lado oscuro de la luna entonces dormimos juntos.


Si esa noche no hubiéramos dormido juntos, yo habría ido a trabajar a la mañana siguiente, como estaba previsto.


Si hubiera trabajado a la mañana y no a la noche como lo hice finalmente, al salir hubiera vuelto en taxi compartido como siempre, y no hubiera esperado un hediondo colectivo bajo un farol oscuro: un señor muy horrible de nariz grasienta no me hubiera asaltado.


Si el buenhombre que se llevó mi último dinero no lo hubiera necesitado en verdad, no habría cometido tan desagradable desliz, y yo no habría ido a parar llorando a los brazos de una parejita de colombianos que por razones muy nobles vivían en mi casa por esos días.


Mis huéspedes no me hubieran consolado como criatura esa noche, y yo no hubiera comenzado a adivinar que en el alma de los colombianos se encuentra la fuente inagotable de la alegría latina, y unos años después no hubiera viajado yo a mezclarme un poco entre ellos, en su tragisalsa de guerrilla, música y generosidad.


Pero volviendo a lo más profundo de mi mala suerte, creo que nunca me hubiera enamorado de ese árabe inmenso si este ladrón de damas no me hubiera dejado en semejante desprotección.


Lo habría dejado ir sin que me doliera todo el cuerpo.


Pero todo me estallaba y terminé vendiendo mi televisor para alcanzarlo en Salta. Si tan sólo hubiera tenido el DNI que el narigón me robó, lo hubiera seguido por el continente entero en su viaje loco, luego hubiera cruzado el mar con él como mágico marido musulmán.


Todo eso hubiera ocurrido si no hubiera estado enfurecida de pena en la plaza independencia esa noche que me invitaron un buen vino, hubiera dicho que no, que no necesitaba olvidar nada que muchas gracias otra vez será.


Pero como fui, y hablar era difícil, y estos muchachos de Pink Floyd se van poniendo cada vez más habilidosos en cantar por la noche, y yo quise aprender a leer el Corán en árabe pero era mujer y me hubiera debido limpiar el cuerpo y el espíritu para tocarlo y era mucho esfuerzo, no hubiera dormido a lo árabe esa noche con el extranjero.


A la mañana siguiente hubiera trabajado y nadie se hubiera atrevido a robarme a plena luz del día, y yo tendría mi documento de identidad y entonces sí, hubiera podido salir del país detrás de Adel el egipcio.


Pero era una indocumentada y así no se puede viajar.


Ay si hubiera tenido documentos...


Hubiera arruinado mi noviazgo árabe en el viaje, por lo tanto, un par de años después él no hubiera cruzado medio planeta para verme, y comprobar que sí, que efectivamente ya no había amor. 


Y como ya no había amor, y la revolución había estallado en Egipto, yo no viajé ese año al Cairo si no al pais de mis mejores hermanos.






Si todo eso no hubiera ocurrido, yo no habría venido a parar a estas tierras de sangre y oro donde estoy, ni habría llorado tanta belleza que me trae el Caribe, ni hubiera compartido con mis hermanos más sufridos el dolor de ser latina, ni se me habrían metido las montañas que anduvo Bolívar bajo los párpados para no olvidarme nunca lo cerca que latimos, Colombia y yo.




(Isla de Barú, marzo de 2011)



MARTA CRISTINA BARCELONA


Conocí a Sergio un lunes de Junio, coincidentemente, el día en que él me conoció a mí. “Llevo gafapastas negras y deportivas de color azul”, me dijo en ese lenguaje que solo los viajeros entienden y sus palabras se perdieron en la ensalada de plazos, travestismos y abandonos que me atolondraban la cabeza. 


No hablaré ahora del primer encuentro porque ya lo hizo él. Hablaré sí, de Marta y Cristina.


Sergio no decía dulzuras, era más bien una cloaca de rencores y superaciones. Una vez le dije que la vida a su lado hubiera sido un sueño, si no fuera en el sueño estaba él. Era hondo y apasionado, una puerta a la desgracia, convincente y debo confesar, por momentos asesino. No puedo si lo nombro, evitar extrañarlo, la vida debería estar plagada de gente como él.



Había venido viajando de Europeo, descubriendo el mundo de arcilla de mi América, con mochila y mugre a cuestas y un tendal de libros devorados. Pasó los días como un can a mi lado, mientras yo escribía para el diario, leyendo cualquier cosa y recitando algún que otro poema. Me leía filosofía mientras cocinaba los fideos.



Había bailado en una terraza, una noche intoxicada, algún tango con muñeco. No fue un tango, yo ya sé, pero el verano de Marta y Cristina en Barcelona se me dibuja en el recuerdo como el sueño ajeno, con sabores propios y no puedo menos que inventarlo como un baile de amapolas.



Sergio conoció a Marta en algún lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, se hundió en ella y se la llevó a París. Marta era joven y guerrera, nada pudo el alto muro de mi amigo contra esa tormenta. Sergio me contaba “yo trataba de entenderla, pero ella no decía”.



Y no era en Barcelona. Ambos los tres eran de otro pueblo, orillero del Mediterráneo, donde también vivían Estrella, David (qué curioso, estrella de david) y otros personajes familiares de la historia.



Pasaron un verano juntos los dos, Sergio, Marta y Cristina, apostados en la playa, en una casa de prestado. Siempre me he preguntado que pensó Cristina en esos días en que su amiga amaba al mío. Ellas dos, mi Sergio y yo en mi cabeza no entendemos nunca nada. Pero yo no entro en esta historia más que para relatarla, para ahondarla y volver a hacerla mientras digo.



Por algún motivo al irse a vivir a la casa de la playa de aquel verano catalán, la bienamada Marta se llevó a Cristina. Sergio les bailó el tango en la terraza, abrazado a algún muñeco, y las niñas habrán reído, abrazándose los dedos, descalzas de pies blancos y soleras sin sostenes, inocentes de su propia juventud, se habrán rozado al reírse con la simpleza de las europeas.



Más tarde acabó el verano y mi amigo volvió a los quehaceres diarios de vivir en Marta cuando supo, de boca de la propia niña, que había sido desterrado, que ya no era requerido, que gracias por todo que buena suerte y buena vista, que la tormenta había pasado y que nada más podía decirse. Allí supimos qué pensaba Cristina.



Sergio se fue entonces buscar a la fiel amiga de la novia desalmada, y se revolcaron de manera descarada y se quisieron a su modo. Marta entonces, torbellino, agua profunda, odió a Cristina y más tarde perdonó a Cistina.



Días antes de venir Sergio a estas tierras, ambas lo acompañaron a Barcelona, al Camp Nou, filmaron un video, se rieron como aquel verano y me dejaron esta imagen, que ilustra esta historia que no sería nada, de no ser porque el protagonista es el mismo diablo.




Sergio, el hondo diablo de mi corazón.




HIPOXIFILIA


Pero no tenemos por qué comenzar hablando de lo que amamos. En definitiva acá, estos caballeros que me acompañan y yo, entendemos mucho mejor lo que no queremos, y no tenemos destino.

Empezaremos diciendo que tenemos en el cuerpo mil corales, somos frágiles al tacto y evasivos de la gravedad.

Somos personas de no tener piel, lo que a vista de los ingenuos es terrible, cómo puede uno ser sin piel y no huir del sufrimiento.

Pero no nos cubre esa maqueta de dulzuras y proporciones,
sabemos a lo que bebemos,
bebemos según comemos
y comemos lo que sabe fuerte.

Sabemos fuerte.

Nada hay que nos entristezca más que el equilibrio. 

EL GESTOR


La tarea del gestor es fundamental para la sociedad. El gestor no toma café, espera en la oficina. El Gestor se llama primero por el apellido, se llama por ejemplo: Avellaneda, Manuel, para servirle. Porque es muy formal, y conoce las formalidades del Estado, que para algo están, como dice muy bien su amigo el Director General de la Repartición que es amigo suyo, de cuando él no era nadie y el Gestor le salvó varias veces el pellejo.



El Gestor pone cara de seriedad. Analiza el caso y dice “Y sí, algo se va a poder hacer”. También dice que lo de la plata ya lo vamos a hablar, que qué se puede decir ahora que lo importante es sacar el trámite después vamos a ir viendo. A este mozo lo conoce de muchacho, hace muchos años lleva café a la Repartición, de cuando era crío y el Gestor le salvó el pellejo y lo recomendó con el dueño del bar, que también es amigo suyo de cuando él le salvó el negocio que ya le estaban a punto de cerrar.



Esta mesa del bar es suya. A mí me gusta el Gestor porque sabe muchas palabras difíciles, que si uno las dice ya se pierde antes de empezar. Se sabe los números de formulario de memoria y tiene sellos de la Repartición en el bolsillo. A los expedientes les llama carpeta, al bar le dice oficina, le dice sello al cargo y a los escritos “los papeles”.



Es muy serio el Gestor. Nunca fue visto sin su traje, haga fríos o veranos, siempre el mismo traje, riguroso portafolios, zapatos mocasines de lustrar y el traje, nunca sale sin el traje. Viaja en colectivo como quien aborda un auto de alquiler, nunca falta en la oficina, es un buen obrero, un colega, dirían sus amigos los Gestores.



Ayuda a las personas con problemas, su trabajo en la Repartición es necesario. Años lleva trabajando en esto y casi por nada, qué es pagar un par de pesos a la par de conseguir remedios, o un trámite fallido. La gente es buena, buena pero zonza, cambian números de guía, traspapelan los "papeles", creen ciegamente a los empleados. Para eso está el Gestor, ordenador supremo de las cosas del Estado y las Personas, por un par de pesos, nada que no sea de no poder pagar, y que le puede cobrar, de plata se habla luego tan desprendido, tan formal, tan erudito, doctoral.





FELACIDAD Y GERONTOFILIA (Por Sergio G. Vergara)



Conocí a Mariana un lunes de Junio, llegué a la ciudad la víspera y me hospedaba en un mugriento hotel vacío del centro, dónde lo más que podía hacer era hablar con la amargada recepcionista que tenía cara de bulldog francés o masturbarme, escogí intensivamente la segunda opción.  No conocía a nadie y mi soledad se empezaba a convertir en aquél tedio que tanto conocía y contra el que luchaba insistentemente desde que tenía uso de razón, más o menos tres años antes. La llamé por teléfono por la tarde y me dijo que andaba un poco liada en unos artículos periodísticos que debía entregar por la noche, pero que a las diez iría a un conocido bar de la ciudad a ver un ciclo de cine inglés, pasarían una película de Ken Loach.  Bien me dije, seguiré paseando sin rumbo por la asquerosa ciudad, me tomaré un par de tragos y a las diez iré al encuentro, no puede ser peor que lo que me ocupa. Mi aburrimiento era tal que hubiese ido a una misa evangélica si me hubieran asegurado que al terminar hablaríamos sobre la actualidad de los pecados capitales y que nos ofrecerían la sangre de Cristo y un par de hostias.

Así fue, la esperaba sentado en la vereda, medio embriagado, no sabía cómo era ella así que la llame un poco antes, a riesgo de parecer un poco cargoso, para que me dijera cómo nos reconoceríamos, me dijo que llegaría en taxi y que vestiría una chaqueta azul y una mochila roja. Perfecto, cinco minutos antes de las diez ya estaba sentado  fumándome un cigarrillo, no puede notar mi tedio me decía, me mandará a la mierda en un par de horas. Pasados diez minutos, un taxi se paró delante del bar. Debo confesar que había imaginado cómo sería ella; el hombre siempre imagina el porvenir y normalmente lo viste con zapatos de mujer y pechos exuberantes, por lo menos el hombre químicamente desesperado. Recordaba una frase de Kazantzakis que decía algo así como que hay una sola mujer en el mundo, una sola mujer con diferentes rostros. Al bajar del taxi creo que me reconoció al instante, yo le había dicho que usaba anteojos negros y que llevaba unas zapatillas azul eléctrico que mi madre me había regalado unos meses antes con el fin de modernizar mi vestimenta y no parecer un pordiosero, esto último no se lo dije.  Yo también la reconocí rápidamente, por su azorada gesticulación, recuerdo que al hablar con ella unos instantes antes su voz resultaba entrecortada y acelerada, y cuál fue mi sorpresa al comprobar que mi intuición no andaba del todo mal, pese a no usar zapatos genuinamente femeninos sus pechos eran los más grandes que había visto en mi vida. Bueno, Dios ha dispuesto esta noche para mí el cincuenta por ciento de la providencia, recuerdo que me dije y se dibujó en mi aquella sonrisa que tanto anhelaba, la sonrisa maquiavélica del hombre seguro y seductor. Hola y sonrisas y qué tal y bien y sí, de viaje y sí un poco atareada, es lunes y mañana la edición impresa y qué sé yo, no reproduciré la primera conversación por módica e insulsa. ¿Pedimos algo para tomar? Y dos empanadas. La sala del cineclub repleta de caballeros con anteojos negros y mujeres con vestidos Mahamudra Hatha Yoga y las que no, recién salidas del psicoanalista. Bien me decía, estás aquí por una cuestión bien concisa y clara, vejar a todos estos hijos de puta de nada te servirá, emplea tus armas. Y sí, el cine inglés tiene un trasfondo político transgresor, y el concepto de libertad queda tan bien retratado, ¿has visto qué fotografía? el pendejo del protagonista hace un papelón, y el valor del arte y en concreto del séptimo o el octavo en la sociedad actual, ¿pedimos otro trago?, claro que sí.  Así transcurrió la noche en que la conocí. He aprendido con el tiempo que en la primera noche nunca puedo mostrar el odio acumulado contra el mundo y debo mostrarme agradable y mediocre, eso producirá en las mujeres un sentimiento de ternura y compasión que les hará tomar confianza rápidamente. Así fue, aquella noche ya dormía en su casa, (sí, estoy de viaje, no tengo mucha plata para pagar el hotel, ¡pero no por favor, no quisiera ser molestia!, en unos días me busco algo, está bien, qué amable), en su sofá claro, pero ya había traspasado las líneas de infantería, era el momento de poner en marcha la segunda parte del plan.

Los días subsiguientes los pasé como un can a su lado, mientras ella escribía para su diario, yo leía apaciblemente cualquier cosa y le recitaba algún que otro poema. Su casa, por llamarlo de algún modo, era un modesto departamento, una caja de fósforos, en el catorceavo piso de un bloque de edificios. No era una mujer muy ordenada y eso facilitaba mis tareas. Poco después fui recabando información: acababa de salir de una tormentosa relación, había tenido fobia a la electricidad, tenía fobia a los murciélagos y le gustaba el sexo anal; si salíamos al anochecer, dejaba la luz prendida y las ventanas cerradas herméticamente por miedo a un ataque asesino de los temibles y tenebrosos murciélagos, poco después, una tarde, hablamos de vampiros con su padre. Las noches eran lo más interesante, desprovista de tareas, pues se pasaba el grueso del día escribiendo artículos para un diario provincial que empezaba, podíamos charlar sobre todo, y poco a poco, yo iba haciendo hincapié en la hipocresía global y en el derrumbe espiritual del resto de la humanidad. Las mujeres argentinas tienen un don especial para reírse de su desesperación y relatar sus vidas fracasadas con humor y autoironía, siempre he pensado que son unos personajes envidiables para cualquier relato o película, ¡al carajo con la maga!

Había estudiado interpretación logrando algún prestigio a nivel local pero lo había dejado por cansancio espiritual, después había trabajado como secretaria para una conocida multinacional de autos y tras una motivadora relación, lo había abandonado todo para dedicarse al periodismo, los medios contrarios a su diario sostenían que era una mal cogida. Una hermana supuestamente feliz y ama de casa, un cuñado machista, enamorada de su padre, un buen tipo y una relación tortuosa con su madre que era psicoanalista y había tenido dos hijas por hábito. Signos todos de un complejo de Electra y de una falta alarmante de sexo. El sentimiento de culpa era el motor de su vida y era una experta en mirar con ojos de perra apaleada e intentar hacer vibrar las fibras más sensibles, sobretodo cuando sostenía que la ninguneaba y la trataba con desprecio, conmigo nunca lo consiguió, creo que esa fue una victoria importante. Había militado durante muchos años en el Partido Obrero un partido de influencia troskista, gestionando comedores sociales e intentando hacer del mundo algo mejor,  por suerte lo había abandonado como casi todo, en eso no se diferenciaba tanto de mí, no obstante no era nihilista y creía en ése concepto tan de moda: las micro luchas, esas irrisorias acciones locales reservadas a los pobres de espíritu o a los que se llaman a sí mismos modestos, pero que en realidad son mediocres a quiénes les ha abandonado la voluntad de trascendencia y la fuerza vital y se envuelven en un halo de caridad, como aquellos que cada mes ingresan una módica cantidad a médicos sin fronteras o a hijos de puta usureros para calmar sus tristes conciencias.

Pasaron unas semanas que debo reconocer fueron agradables, ella fue tomándome cariño y el vino y el Fernet iban haciendo su trabajo. Cronológicamente iba disponiendo mis discursos beligerantes y varoniles acerca de la inutilidad de la compasión, de la mediocridad de los valores cristianos y Nietzsche y el realismo ruso y Kropotkin y el anarquismo, poco a poco iba dejando huella en su ser cada vez más desesperado. Entonces ella recalcaba mi honestidad, mi intensidad y mi inteligencia, más tarde me dijo que aunaba en mí ser el desprecio y la atracción. Mi sonrisa maquiavélica me empezaba a producir dolores en la comisura de los labios y en mi pene. La apatía había desaparecido. La compañía femenina es uno de los pocos analgésicos que conozco.

(...)

Supe que el proceso iba culminando cuando un viernes por la mañana después de una tortuosa noche de alcohol y música clásica me trajo el desayuno a la cama, pues yo ya no dormía en el sofá, ella dormía en el sofá so pretexto que debía levantarse pronto por las mañanas a escribir y no quería molestarme. Ése fue la señal inequívoca que debía pasar a la tercera y última etapa de mi plan. Mientras tanto, conversaciones en bares, paseos y silencios, Bill Evans, vino blanco y hasta una comida con su familia en la que desarrollé todo mi elenco de dotes dialécticos sobre fútbol, macroeconomía y cortinas de diseño. La vida de una familia argentina pudiente, como era la suya, transitaba entre excelsas conversaciones sobre programas de televisión yanquis y amarillismo transgresor. Pronto me di cuenta que ella no encajaba en toda ésa miscelánea de estupidez y grotescas relaciones familiares, pero debía hacer gala de su más inusitada teatralidad para convivir con ella y soportarla, ¡la familia ése vínculo casto y cohesionado!

(...)

Recuerdo la noche en que nos acostamos. Después de mucho socavar su autoestima le había repetido que el único lugar en el que sabía hacer sentir bella a una mujer era en la cama. Aquella noche mientras nos dedicábamos al más vetusto quehacer humano me lo repitió en varias ocasiones. Disfruté como hacía mucho tiempo aquellas noches de sexo loco y violento que pasé con Mariana, juntos redescubrimos la hipoxifilia y la beatitud del sexo. Le expliqué la teoría de la felicidad, mediante la cual, no existe la felicidad tal como nos han explicado los grandes filósofos y moralistas sino que existe algo más profundo y metafísico que es la felacidad, y que ella es la gran veleta de nuestras vidas.  Con Mariana reafirmé mis más hedonistas teorías.  Dije adiós a mi desesperación y me encaminé rejuvenecido hacia Buenos Aires. La ciudad más loca y atrajeada de Argentina me esperaba con sus brazos y esperaba también, sus vaginas abiertas.



Sergio G. Vergara (que me leía filosofía mientras me cocinaba fideos)