Anoche tuve casamiento. Un primor. Lo peor de todo, como
pensaba, nunca es el casamiento, sino la charla del día después.
A continuación, la breve conversación en la cocina, mate de
por medio, entre madre tipo e hija tipo reprimida –Los diálogos pueden no
reflejar la realidad fenomenológica sino ser la expresión del recuerdo de quien
la escribe, en especial los que corresponden a “hija”-.
- Bueno ¿Y?
- ¿Qué?
- ¿Qué tal?
- ¿Qué?
- ¡El casamiento!
- Bien.
Las conversaciones entre madre e hija deberían agotarse ahí.
Para evitar que a partir de ahora cuente una versión de la charla que sólo
ocurrió en mi mente.
- ¿Y la novia? ¿Cómo era el vestido?
- Y era blanco. ¿Cómo esperabas que sea? Era blanco.
- Pero ¿Y el modelo?
- Y era un corsé con falda larga ¿Cómo esperabas que sea? ¿De
diseñador? Era corsé y sí, ella estaba lindísima, igual que todas las novias,
uno no puede verlas fea salvo que una sea invitada por parte del novio.
- ¿Y qué hicieron?
- Y lo que se hace en un casamiento: salvar a las ballenas,
mirar el partido de Atlético. Nada, lloramos en la iglesia metiendo la panza
para que no se descosiera el vestido, nos sentamos en la mesa de los solteros.
Miento, me senté en la mesa de los solteros, cerca del baño, porque a los
solteros nos mandan cerca del baño. Nos conocimos entre nosotros, uno era un
pibe divino, terminando tercer grado, el año que viene jura la bandera.
En un momento ocurrió algo totalmente inesperado: el vals.
Los novios bailaron el único vals que compuso Strauss en toda su vida, con
gracia sin igual, deteniéndose unos pasitos ante el fotógrafo, una locura.
Emoción a granel y novedades sin igual.
Después los novios de las chicas se zarparon y me sacaron a
bailar. Bailamos “Entregá el marrón” alrededor de la novia, toda una novedad.
Bailamos los Wachiturros, cosa muy zarpada y toda clase de cumbias. En un
momento, sorprendentemente, los amigos del novio lo comenzaron a lanzar al
techo, algo nunca antes visto, y después, en acto de total descontrol, hicieron
lo propio con la novia.
Como si eso fuera poco, llegó el carnaval carioca, con lo
cual la algarabía subió a niveles inimaginables. Ya a esa altura yo no metía la
panza, por lo que el tío borracho del novio se congraciaba en la exploración de
mi cintura. Una locura de placer.
Más tarde las solteras nos agrupamos y la novia arrojó hacia
sus espaldas un ramo de flores. Aunque te parezca extraño, la leyenda dice que
la que lo atrapa es la próxima en casarse. Un momento de risas histéricas y
alegría por la afortunada, que insistía en hacer muecas de “No, yo ni loca, yo
no pienso en el casamiento todavía, esto del ramo es pura casualidad, no quiero
incomodar a mi novio”. El novio de la ganadora, burlado por los demás
comensales, jamás sintió ganas de que el ramo se prendiera fuego
espontáneamente y el momento fuera superado por un siniestro en el que,
lamentablemente, se perderían vidas humanas.
Pará, mamá, si todo esto te saca de las estructuras, ni te
imaginas lo que sigue. La novia se sentó en una silla y las amigas solteras
comenzamos a pasar de a una a sentarnos al frente y, pie contra pie, el novio
sacaba con los dientes una liga de su pierna y la llevaba hasta la nuestra. Ahí
todos demostramos una total soltura con las reglas tradicionales del orden, riéndonos
a granel de las peripecias de aquel hombre que no iba a poder tocar una pierna ajena
nunca más. Yo, por supuesto, me escandalicé y mostré mi más absoluto asombro
ante tal osadía.
Como si tales desparpajos fueran poco, más tarde, al son de
una canción nunca antes oída, colocaron una botella en el suelo y por turno,
todos comenzamos a realizar un baile erótico fingiendo sentarnos sobre el pico.
A esa altura ya la locura era total.
Lo mejor de todo es que cuando miré el reloj, recién eran
las 2 de la mañana, por lo que la noche estaba en pañales aún y muchas
sorpresas me esperaban. Nos sentamos a descansar un poco y me puse a
reflexionar sobre la novedosa decoración del lugar. ¿Podés creer mamá que las
sillas se encontraban cubiertas de telas blancas, con un lazo de color
ajustándolas? Jamás hubiera supuesto que debajo del lienzo se escondía un
mamarracho de plástico, ya que una silla disfrazada de fantasma engaña muy bien
y todos suponemos que la silla nació así, vestida, y que es muy precioso y
novedoso su engalanamiento. Un aplauso para la silla.
Esa es la hora en que las chicas empiezan a esconder los
centros de mesa. Todas deben haber pensado en lo precioso que quedarían esos
engendros de tul en sus propios livings, quizás por eso los guardan bajo saco
del novio en una silla-fantasma.
Más adelante, los invitados más dicharacheros comenzaron a
aparecer luciendo extraños sombreros de goma espuma y demás cotillones. Todo
ello supuso el abandono total de las reglas del decoro, en una microsociedad
que no por vestir traje y corbata abandona la soltura y la originalidad. A mí
también me llegó el cotillón y claro, puse cara de que no me interesaba mi
vestimenta formal, al diablo, dije, qué fiesta de locos, yo me pongo el collar
de flores y salgo a la pista. Miré el reloj y ya eran las 2 y cuarto, el tiempo
vuela cuando una está inmersa en un mundo de novedades y desparpajo.
Hicimos el trencito, después el puente, bailamos reggaetón
y, como si todo ello fuera poco, nos pusimos las corbatas masculinas como
vinchas.
Los más cercanos a la novia estábamos profundamente
emocionados porque sabemos que, por algún motivo, este es el día más importante
de su vida. Hasta entonces había sido el de su primer beso, más tarde el de su
graduación, después será el de su embarazo, el de sus partos, el de la primera
comunión de los chicos: la vida está llena de mejores días de la vida.
Después de todos estos pensamientos, y ante una montaña rusa
de nuevas emociones vividas, me volví a casa. Las chicas me insistieron en que
me quedara, por algún motivo los borrachos sentimos que no podemos ser felices
si no obligamos a los demás a serlo. Pero soy una rompecorazones incurable, y
como sospeché que la seguirían pasando bien sin mí, me fui.
Así que te devuelvo los aritos que me prestaste, son
preciosos, nadie notó que son una imitación de las joyas que vemos en la red
carpet. Tampoco nadie hizo mención a lo hermoso que nos quedan los vestidos de
sirena a las que tenemos rollitos, ni al frío que nos hizo porque todavía no se
inventaron buenos abrigos de gala. Durante toda la noche, disfrutamos de un
sinfín de elegancias que, estamos seguros, serían la envidia de la corte de Mónaco.
Fin del relato. Mi madre aporta el remate.
- ¿Ves que al final son divertidos los casamientos?
Ahora sí, fin del relato.
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