Una cuestión de principios

Hoy mi amigo me tiró onda. Le dije que sí, que no había problema, que nos acostáramos.

Le advertí, eso sí, que después me tendría que tener un poco de paciencia porque seguramente le preguntaría en qué piensa mientras él fume y mire al techo. También que iba a querer dormir abrazada y que a la mañana siguiente le preguntaría qué tiene que hacer, y si puedo acompañarlo.

Como soy una persona de principios, le anticipé que en algún momento comenzaría a preguntarle si ya no le gusto porque advertiré que ya no me mira con el mismo deseo, y comenzaré a sospechar que tiene otra mujer. Más tarde, seguramente me haré amiga de su madre y recurriré llorando a ella cuando él me rompa el corazón.

También le comenté que seguramente en algún momento comenzaría a encontrar cosas mías en su departamento, hasta que llegará el momento de presionarlo para que dejemos de pagar dos alquileres y seamos inteligentes, nos mudemos juntos.

El llegará del trabajo y yo, que habré comenzado a engordar, lo esperaré escuchando Romeo Santos y le preguntaré por qué ya no bailamos, por qué ya no salimos juntos y me daré cuenta que tiene otra mujer. Sabré que no es así, pero me presentaré en su trabajo a llorar con su jefe, me consolaré reventándole la tarjeta de crédito y en algún momento quizás le raye el auto. Para que no me abandone, pariré un hijo por año y, quizás, alguna vez le haga mellizos.

Entonces que sí, que probemos, que tengamos sexo para convertir esta bonita amistad en una relación con derecho a roce. Que sería una decisión muy acertada.

Se fue.

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