La muerte del poeta


Todos caminaban en silencio la mañana que partió el poeta, con el respeto que se guarda a los muertos, con el peso del trabajo encima y la tristeza de la pluma muerta. El pueblo amaba su poeta hasta los huesos, y así se lo hizo saber el día del entierro, ofrendándole cuadritos con su imagen borrosa y alguna frase genial que él había escrito en vida.

Así llegaron caravanas al funeral, munidos cada uno de una genial creación, a cuál más primorosa que la otra. Y cuando el uno miraba el cartel del otro, y observaba el propio, lamentaba no haber escogido otra oración para homenajear a su poeta, algo más profundo, una más extensa, más desconocida.

Fue el propio enterrador quien dio la voz de alerta. Una muchacha, de indudable apariencia vanidosa, osaba apretar contra su pecho