Una mujer quieta y un hombre en desgracia esperan el entierro.
-Siempre te he amado.
El silencio de ella le estalla en los oídos.
-Te conozco el surco de la risa, cierro los ojos y aparece. Dentro de mis ojos te metés, así muerta, como ahora. Si tuviera voz lo gritaría, pero tengo el cuerpo entumecido de tu ausencia. No te vayas todavía, mirame, dejame un beso en el costado, mové el último de tus dedos.
La mujer abre los ojos.
-Este es el hombre caballeros. Cree que no ha muerto.