La impunidad de la linda
Cuántas veces te preguntaste qué salió mal en la primera cita, en qué fallaste. Recordás palabra por palabra, él se rió de todas tus bromas, ambos coincidieron en algunos conceptos básicos sobre la vida, incluso abordaron temas profundos como la crisis europea y las perspectivas del desarrollo sustentable de las formas de energía alternativas. También comieron y bebieron a granel, te acompañó a tu casa y cuando lo miraste a los ojos, te dijo que la había pasado súper bien, que se repita, te dio un abrazo y se fue.
Nena, cuando sientas que la razón no alcanza, cuando le des vueltas al asunto y llegues a teorías delirantes sobre el tema, sincerate. La respuesta no está en las chicas, que llegarán a conclusiones tales como que el sujeto es homosexual, tiene miedo de tu éxito o se dio cuenta que es poco para vos. La respuesta no está en tu psicoanalista, que de alguna manera te acusará de depositar en él deseos edípicos inconfesables. Tampoco significa, como analizará más tarde tu madre, que se trata de una clara señal de que gracias a tu soberbia vivirás y morirás sola, abandonada en tu vejez en una cama de hospital público, sin marido, sin un perro que te ladre (no como ella que en sus buenas épocas supo conquistar a fulano, que ahora tiene una floreciente empresa, si no hubiera sido por tu padre otra hubiera sido la historia). No es homosexualidad, temor ni soberbia. No es tampoco que el sujeto se haya dado cuenta que lo que en realidad buscás es una versión 2.0 de tu propio padre. No le des más vueltas a la cosa: nunca le gustaste.
Y nunca le gustaste porque este mundo, especialmente su costado occidental y cristiano está regido por la dictadura de la linda.
La linda llega tarde a la cita, habla en tono peliagudo sobre las compañeras de la facultad, explica con pelos y señales por qué su perro parece humano (y no es porque lo diga ella que es la dueña, una cosa es que te cuente y otra cosa es verlo). La linda bebe incomprensiblemente limonada, frunce la nariz cuando él fuma, y cuando se pone profunda utiliza como ametralladora la palabra “sentimiento”. La linda es hincha de “Argentina” en fútbol, reduce la crisis política a la “soberbia de la presidenta”, ama incondicionalmente a este Papa y al anterior (no a Benedicto, sino a Juan Pablo). Grita cuando encuentra a una amiga y da saltitos en el mismo sitio, un movimiento de conejito de Duracel que sólo acaba con el abrazo de la recién llegada. Arranca cada frase con “a ver” (pero escribe “haber”) y la termina con “o sea”.
Y sin embargo, pese a todo, el mundo es suyo. Ella es la que recibe la mañana siguiente un lindo mensaje de texto, a la segunda salida una flor robada y a la tercera, un celular. Ella es la que, aburrida, abandonará al mismo hombre que te dio un abrazo y se fue en la primera salida, y será ese el momento en que él vuelva a vos, vencido, ya sin alma, a confesarte por los siglos de los siglos que no puede vivir sin ella.
La linda es impune. Dice y desdice las burradas más atómicas con un aire celestial. Si se ríe, acerca su sonrisa al caballero más cercano. Si no entiende, mira al infinito con un fastidio que recuerda a las divas de teléfono blanco. Cuando se levanta nunca se le engancha el saco, no golpea los marcos de la puerta con el hombro y si perrea, llega de verdad al piso con su cola.
Una misma ama a sus amigas lindas. Escucha sus problemas laborales con una paciencia infinita, agradecida del despliegue de colores y texturas que emana. La amiga linda es buena amiga: insiste en prestarle a una ropa que ya a los cuatro años ya nos hubiera quedado chica, comparte sus secretos de belleza. Presenta con sincero amor a sus amigos lindos y no entiende por qué ninguno se enamora de su amiga. Es por eso que la linda goza de semejante impunidad, porque además, es amorosa.
El problema de una es que, a falta de cintura, quiere pelearla con un título universitario. Allí donde ella huele a frutas, una busca desplegar sus cualidades cognitivas. La estrategia no está mal, sobre todo si lo que una busca es un director de tesis o un colega en el Conicet. La fea que ya lo ha comprendido, apela a recursos más desesperados como la complicidad. Se pone codo a codo a charlar de fútbol, comenta la belleza de las promotoras que pasan, se muestra abierta a charlar sobre las ex y, para rematarla, echa mano a la billetera a la hora de pagar la cuenta. A esas alturas el desastre es inminente y puede incluso llegar a ocurrir que el sujeto acepte gustoso tales pruebas de amistad, creyendo haber encontrado a un compañero de futbol 5 o a un nuevo especimen para el póker de los jueves.
Lo que pocas mujeres saben es que, a la hora de pelearla, hay que usar las mismas herramientas. ¿Una es fea? Que no se note. ¿Qué tenés rollitos? Ignoralos. La linda cuando se ve en el espejo encuentra en su imagen una cantidad de defectos iguales a los tuyos. Lo que la hace bella es la impunidad. Actuá como si fueras linda.
Nada garantiza que la estrategia funcione y probablemente vuelvas a casa con la misma cantidad de fracasos encima. Pero por lo menos evitarás arrastrar esa cantidad inconmensurable de buenos amigos varones que cada tanto te invitan a ver fútbol, te consultan sobre un libro o te lloran penas de borracho.
Sola, puede ser. Amiga, nunca más.
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