Me llama la Priscila, me pregunta si ya se publicó la entrevista que le hice. Le digo que sí, y que salió con dos fotos suyas, que salió divina. Me contesta que las fotos parecían sacadas en Estados Unidos de lo buenas que estaban. Me cuenta que fue un cliente el que le avisó que la nota había salido, y que el cliente le dijo que se conmovió cuando la leyó. Me pregunta dónde la puede ver y le digo que en los kioscos ya no está, que puede verla en Internet, y le doy las coordenadas. Mañana la va a ver, cuando vaya a un cyber, dice.
Priscila no tiene computadora en casa, no tiene piso ni inodoro. En su barrio se hicieron cincuenta módulos habitacionales pero a ella, a la Valeria, a la Zamira y a la Mariela las saltearon. Les dijeron en el Instituto de la Vivienda que los módulos eran para familia de hombre, mujer y niños, y que ellas no eran mujeres.
Priscila cuando no está en el parque levantando clientes, está estudiando. Quiere terminar la primaria que no pudo, por andar cuidando hermanitos. A su mamá, como a ella, le tocó ejercer la profesión más antigua del mundo.
Foto: Florencia Zurita para Tucumán Zeta